En una reciente Nota titulada Conocimiento sobre el Japón y el Ju-jutsu (Judo) a comienzos del Siglo XX (Parte II)” sobre el interés que Japón había despertado en occidente especialmente después de la Guerra Ruso-japonesa (1904 – 1905), manifestamos nuestro asombro ante el hecho que el escritor y periodista guatemalteco, nacionalizado argentino, Enrique GOMEZ CASTILLO (1873 – 1927), enviado a Japón por el Diario La Nación en 1905, se haya referido en su libro “El Alma Japonesa” publicado en 1907, al Bushido, tomando como fuente a la traducción al inglés de los apuntes de las conferencias dictadas en el año 1887 por Tesshu YAMAOKA (1836 – 1888) compilada y publicada por Masato ABE (1865 – 19??) en 1902.
Katsu (arriba), Yamaoka (centro) y Abe (abajo) como aparecen en el libro
Cabe recordar que YAMAOKA, considerado como uno de los adelantados en utilizar el término “Bushido”, fue un destacado samurai al servicio del Shogunato de Tokugawa que tuvo una destacada participación como negociador en la Restauración Meiji que dio fin al Shogunato que fue también un extraordinario maestro de Ken-jutsu, fundador de su propia escuela “Itto Shoden Muto-ryu”, practicante avanzado de Meditación Zen y eximio calígrafo. Según sus biógrafos, el 30 de marzo de 1880, YAMAOKA tuvo una iluminación mientras meditaba, entendiendo la idea de “mu-teki” (“no-rival” o “no-enemigo”) y, a partir de ese momento, llamó a su estilo “mu-to” (sin-sable) cuyo principio era “no hay sable fuera de la mente” que está estrechamente relacionado con el concepto de “mu-shin” o “no-mente”.
Uno de sus seguidores fue Hiromichi NISHIKUBO (1863 – 1930) quien, en 1919, siendo Vice-presidente del BUTOKUKAI y Director de su Escuela Superior de Bujutsu (“Busen”), impulsó el cambio de denominación genérica de las artes marciales japonesas de “Bu Jutsu” a” Budo”, así como el cambio de denominación genérica de las disciplinas “Ken-Jutsu” (o Geki-Ken) a “Kendo”, “Kyu-Jutsu” a “Kyudo” y “Ju-jutsu” a “Judo”. (YAMAOKA y NISHIKUBO son 2 de los 15 maestros que integran el Salón de la Fama de la Federación Japonesa de Kendo.)
“Bushido” (literalmente, camino del guerrero o bushi) fue un término que comenzó a utilizarse una vez entrado a un período de relativa paz bajo el sistema feudal impuesto por el Shogunato de Tokugawa (1603 -1868) cuando se comenzó a agregar un componente de educación moral en la formación de los bushi o samuráis que conformaban la casta más privilegiada, en correspondencia con sus nuevas funciones relacionadas con la administración pública.
El libro “Bushido” compilado y publicado por ABE en 1902 sobre la base de los apuntes tomados de las conferencias dictadas por YAMAOKA en 1887 por uno de sus discípulos más destacados, Yasusada KODERA (1840 – 1899) con comentarios de Kaishu KATSU (1823 – 1899), político e ingeniero naval de origen samurai (también, mentor de Jigoro KANO), es anterior a la publicación de la versión en japonés del libro “Bushido: The Soul of Japan” de Inazo NITOBE (1862 – 1933)” traducida por Onso SAKURAI (1872 – 1929) y publicada en 1908.
Si bien algunos autores han puesto en duda la existencia de los apuntes de KODERA e incluso de los comentarios de KATSU y alegan que gran parte de la obra habría sido creación de ABE, resulta interesante la diferencia de abordaje entre YAMAOKA (ABE) y NITOBE, así como su tratamiento por GÓMEZ CARRILLO en el capítulo “La Biblia Moral” en su libro “El Alma Japonesa”.
Así, mientras que la obra de NITOBE, de formación cristiana que se refleja a lo largo de toda su obra, con varios años de estudios en los Estados Unidos y en Alemania y casado con la norteamericana Mary PATTERSON ELKINTON (157 – 1938) fue escrita en idioma inglés, pensando en el lector occidental, YAMAOKA lo hace como maestro de Ken-jutsu, samurai y practicante avanzado de meditación Zen, dirigiéndose a sus discípulos.
Continuación, se transcribe en forma completa el Capítulo “La Biblia Moral” del libro “El Alma Japonesa” publicado por GÓMEZ CARRILLO en 1907.
La Biblia Moral
— i El bushido ! — exclamó mi amigo Tashahita — ¡el bushido no es un misterio, ni una religión de iniciados! Es un sentimiento caballeresco de la raza, algo como una regla de heroísmo elegante. Si los extranjeros leyeran el libro de Yamaoka sobre la materia, algo más sabrían de nuestra verdadera psicología. Pero estoy seguro de que ni de nombre conocen a ese autor, que, para nosotros, es como un santo evangelista, como un pastor del alma nacional. Hasta leyendas existen ya, sobre su vida y su muerte. Unos dicen que se quedó muerto de pie y que su cuerpo no se desplomó. Otros que sus ojos conservaron, después de la muerte, durante varios días, la misma vivacidad que habían tenido en vida… Pero todo esto ofrece menos interés que sus conferencias, como lo verá usted mismo si me permite que le envíe un ejemplar.
— ¿En japonés? — pregúntele.
— No — me contestó. — Tengo una traducción manuscrita hecha por un misionero inglés y esa es la que le mandaré a usted.
Por la tarde, al llegar a mi hotel, el hoy me entregó un voluminoso legajo titulado: Conferencias de Yamaoka sobre el Bushido.
Estas páginas no son sino un análisis de tal obra.
En la primera conferencia, el ilustre Yamaoka establece, en términos vagos, lo que podría llamarse la parte teológica del bushido. A su entender, las doctrinas budistas han contribuido de manera poderosa a formar el alma caballeresca del Japón. «El bushido — dice — es de esencia religiosa». Y luego explica que las doctrinas budistas contienen una enseñanza completa de la verdadera moral que ha de conocer la humanidad. ¿Qué es, en efecto, lo que debe practicar el hombre? La lealtad hacia sus superiores, la piedad filial; la bondad, la justicia, la buena crianza, la prudencia, la fe, la temperancia, el valor militar, el honor, la fuerza, la pureza, la misericordia, la fidelidad conyugal, la deferencia. El que observe todas esas virtudes, seguirá el perfecto camina del verdadero caballero. En otros términos, todas esas enseñanzas se pueden resumir en una fórmula general: desde el momento que un ser existe, ese ser está regulado por una ley. Todo individuo, ya sea el más elevado en la escala social, ya el más humilde, deberá, pues, dedicarse a conocer la ley moral del bushido.
Para conocer el origen del bushido, hay que remontar al principio fundamental del budismo dice Yamaoka a la impersonalidad de los seres contingentes, a su estudio pleno y completo y llegar a la iluminación. Desde ese momento las nubes de la ilusión y del error se disiparán, la verdad brillará como el sol y la luna, el verdadero sentido de la impersonalidad contingente será comprendido; y una vez que ha llegado a ese punto, no podrá vacilarse en el cumplimiento del deber y del reconocimiento hacia los cuatro grandes beneficios». Tal es el punto de partida del bushido: doctrina de la impersonalidad, del no-yo, o más bien de la dependencia absoluta del yo con respecto a los cuatro grandes factores en los que debemos existir, y que en lenguaje budista se llaman los cuatro grandes beneficios; a saber: el beneficio recibido de nuestros padres, el beneficio recibido de la sociedad o de todos los seres vivientes, — el beneficio recibido del príncipe — y el beneficio recibido de los Tres Tesoros.
Cuatro largos capítulos explican en seguida los cuatro beneficios. En el primero, vemos que la fuente de toda moral es el amor a los padres, el honrar padre y madre del cristianismo. En el segundo, que se titula Beneficios recibidos del conjunto de los seres vivos, Yamaoka explica sus ideas de solidaridad social y asegura que todos los hombres son como nuestros padres y todas las mujeres como nuestras madres. El tercer capítulo, consagrado al amor dé los reyes, termina así: «Poseído de un temor respetuoso ¿me atreveré a hablar de nuestra dinastía imperial? Los sagrados antecesores de nuestro emperador, en los tiempos remotos de la edad divina, fundaron la religión del pueblo japonés al mismo tiempo que creaban todas las tribus que debían formar este pueblo. Ellos son, pues, nuestros antepasados religiosos, y entre nosotros la fidelidad al principio imperial no se distingue de la fidelidad filial. Creemos en los oráculos divinos y eternos; — y antiguamente como hoy, y como siempre, el deseo que une todos nuestros corazones es complacer al emperador y servirle. He ahí en su esencia el principio consecutivo que hace de nosotros una nación; — tal es la fuente del bushido japonés, la brújula que debe guiar a nuestra raza.»
El capítulo consagrado a Los Tres Tesoros, es una explicación de la fe de los samurayes que en su devoción confunden a los Kamis sintoístas y a los budas. Aquí es necesario detenernos también un instante, para oír la palabra del apóstol, que dice : « Todos los seres están dotados de facultades perfectas, pero como se hallan sumidos en la ilusión y en la obscuridad — mumei — no-moso — y no pueden apreciar directamente la ley de Los Tres Tesoros, todos los budas y los bosatsu, todas las divinidades, fundadoras de la religión nacional, en fin, los ocho millones de divinidades, han comprendido esa ley y han tratado por todos los medios de dárnosla a conocer. Para esto han tomado las formas más diversas, han prodigado toda clase de enseñanzas, nos han obligado a huir de los tres venenos — avaricia, cólera, amor — y de las cinco concupiscencias. Esos Tres Tesoros han descubierto asimismo la doctrina de la impersonalidad — y las cuatro virtudes, lealtad, piedad filial, bondad y justicia. Y aunque vemos que entre los hombres unos veneran a los Kami, divinidades sintoístas y los otros adoran a Buda, esos nombres diversos designan, en realidad, una sola y misma cosa. La religión de los Kami y la de Buda son idénticas. ¡Contad si podéis, cuantos millones de años hace que nosotros, pobres seres vulgares, nos vemos colmados de los beneficios y de las misericordias de todos los Kami y de todos los budas!»
Con este discurso termina la parte teológica de nuestro manuscrito, veamos ahora la conferencia en que Yamaoka traza la historia del sentimiento caballeresco de su nación. Sus primeras palabras al entrar en materia, son las siguientes: «Si estudiamos con respeto las leyes naturales que rigen el cielo y la tierra, y si a la luz de esas leyes recorremos la historia de nuestro país, tendremos que reconocer que el Japón es un país divino cuya constitución no tiene igual en el mundo. Al principio los abuelos imperiales transmiten sus órdenes a la posteridad y fundan una dinastía eterna. Desde entonces millones y millones de hombres dan al universo el espectáculo de la hermandad perfecta.»
Las páginas siguientes, no son ni menos orgullosas ni menos entusiastas. El caballero japonés es un adorador fanático de las virtudes de su raza, de las bellezas de su suelo, de la grandeza de sus príncipes. Desde la más fabulosa antigüedad, todos los samurayes ven su origen en mitos milenarios de lealtad y de honor. En el momento de la creación de país, encontramos a Ame no Koyane no Mitoko y a todos sus guerreros, inclinándose, a pesar de su origen divino, ante el jefe de la nación. ¿No constituiría aquel acto el principio del bushido? Yamaoka cree que sí y exclama: «Antes que el cielo y la tierra se separaran uno de otra, el bushido existía ya en germen. Por esa puede llamársele la vía moral de pueblo japonés. Sin embargo, con las mudanzas del tiempo se formó una casta de hombres llamados bushi — caballeros — los que, con su conducta ejemplar y sus grandes hechos, esparcieron un grandísimo esplendor. Durante el curso de los siglos, ningún enemigo extranjero profanó este suelo sagrado, ningún competidor trató de derribar la dinastía primitiva establecida por el cielo, por lo que en vano se tratara de buscar una constitución más bella que la nuestra, y de ello es buena prueba el culto con que el pueblo ha obedecido religiosamente a los oráculos divinos, y la admirable unión de los corazones de todos los súbditos del emperador. El origen de nuestra raza, reposa en la inmensa justicia celeste, y desde lo más alto a lo más bajo de la escala social, reina el más sincero amor, de tal suerte que podríamos comparar este espectáculo a un campo de lirios acariciados por las brisas primaverales. Medid, ahora, a cuanta distancia se queda detrás de nosotros la moral de los demás pueblos.»
Pero no creáis que, para Yamaoka, entre esas clases sociales que han hecho la grandeza del país, todas merezcan igual admiración. Las que cultivaban las letras, se corrompieron pronto en medio de la vida sedentaria y llegaron a no pensar sino en obtener honores y dignidades. No así el samuray, el bushi, el hombre de armas que, desde tiempos inmemoriales, supo unir la bondad a la energía, la fiereza a la veracidad, la fidelidad a la franqueza, la sencillez al orgullo, la benevolencia a la justicia. Todo esto es, en parte, obra de la raza, y en parte obra de la influencia religiosa del budismo, del sintoísmo y del confucionismo. «Esas tres religiones — dice mi manuscrito — alientan las cinco grandes virtudes: lealtad, piedad filial, justicia, honor y valor, que son, por decirlo así, el temperamento natural del pueblo. El budismo, sobre todo, ha sido un poderoso auxiliar de ese progreso. Sería muy largo citar todos los ejemplos de los buenos efectos producidos por esas religiones. Cómo practicaron nuestros emperadores la religión, cosa es que me creo indigno de decir; por eso me limitaré a poner ante vuestra vista un artículo de la Constitución redactada por el Regente Shotoku Taishi y promulgada hacia el año 600 por la emperatriz Suiko:
— «Lo que ante todo se debe respetar — dice — son Los tres Tesoros, a saber: Buda, la ley y los bonzos. El fin último de las cuatro vidas, tal es la mejor religión de todos los pueblos. Toda edad, todo hombre que no honra la ley, vive en el mal. Pero, aunque practique la religión, si no se atiene a Los Tres Tesoros ¿cómo podrá corregir sus defectos?» Nosotros los ciudadanos de este país ¿cómo no hemos de obedecer a esas sabias enseñanzas? El oráculo de Kasuga Myojin, agrega: «Los mandamientos, he ahí los diez bienes; el sinto, he ahí toda la religión,» Y los ilustres fundadores de las sectas budistas a quienes veneramos como santos y admiramos como héroes, Kobo Daishi, Nichiren, Honen, Shinran y tantos otros, son nuestros padres y nuestros hermanos. Todos esos sabios y esos maestros han reunido las verdades contenidas en las tres religiones y hecho con ellas un código que ha servido para la instrucción moral del pueblo; y más tarde, transformados ya en budas, se convirtieron en nuestros modelos. Gracias a sus ejemplos, la obra de salvación de todos los hombres, se ha llevado a cabo, y sin que hubiera necesidad de otra enseñanza, vióse florecer la lealtad, el heroísmo, la cortesía y el espíritu justiciero.»
Aunque Yamaoka asegura que los samurayes no necesitaban sino de las leyes de las religiones y de las reglas de su conciencia, desde principios del siglo VI, el emperador Kotoku creyó necesario promulgar un reglamento caballeresco y militar en el cual se prohibía a los bushi que llevaran una vida voluptuosa. Más tarde el gran Yorimoto hubo, sin duda, de notar que aquella ley primitiva no era suficiente, puesto que Yamaoka le atribuye las palabras siguientes: «La belleza y el placer son tentaciones. La gente instruida corre tras ellas; pero mucho temo que ambas cosas sean las causas de la decadencia del espíritu de ciertos caballeros. Así, mi voluntad es que en tiempo de paz los samurayes se consagren al ejercicio de las armas en medio de una vida frugal.» Luego aprovechó todas las circunstancias propicias para enseñar con el ejemplo las reglas de la energía, de la lealtad y de la cortesía.
En 1232 apareció el Joei Shikimoku, especie de código de la caballerosidad para uso de samurayes. Según Yamaoka, este libro, verdadera obra representativa de aquella época, trata de las cuatro principales virtudes, lealtad, piedad filial, benevolencia y justicia; su objeto es enseñar la economía, la frugalidad y el amor a las armas; pero su fin principal es afirmar el sentimiento religioso en la fe de Buda y de las divinidades del imperio. A esa enseñanza se debe la afirmación de las ideas de patria y de sociedad en el espíritu de los samurayes. Existía entonces el convencimiento de que la suerte del país estaba en manos de los caballeros, y si una calamidad amenazaba al imperio, se recurría invariablemente a ellos. Cuando el jefe de los mongoles trató de invadir el territorio, fue suficiente un solo combate para destruir su ejército, porque los samurayes sabían que cuando se trataba de la salvación de la patria, sus vidas no significaban nada. El samuray no conocía más que una ley: la victoria o la muerte; su solo temor era legar a la posteridad un nombre manchado; su única gloria saber que trabajaba para su país.
Persuadido de que la más pequeña falta de honor caía sobre su patria, hallábase siempre dispuesto a arriesgar su vida por defender los fueros de su propia dignidad.
Después de estas explicaciones, Yamaoka entra de lleno, sin dejarse distraer por sus aficiones teológicas, en la parte más interesante de la historia del bushido, ó sea en la época agitadísima que siguió a la gran división de los partidos en el siglo xvi y que no terminó sino hace unos cincuenta años, gracias a la restauración imperial. Creo, pues, que debo dejar hablar al historiador mismo y contentarme con abreviar sus discursos en lo posible.
«Las rivalidades — dice — entre las dos ramas de la dinastía imperial — la del Norte y la del Sur — y el cisma de sesenta años que siguió a ellas — siglo XIV — proporcionaron al bushi una nueva ocasión de demostrar su fidelidad y su lealtad.» Kusunoki y Nitta vivirán en la historia como los tipos más perfectos de fidelidad al emperador legítimo. Los dos fieles bushí sólo se dejaban guiar por su amor a la justicia y al honor, sin conocer otros móviles para sus acciones. Ningún obstáculo pudo jamás desviarlos de esa línea de conducta. Sacrificaron siempre al deber sus intereses personales. El bushi, tratándose de defender una causa justa, no temía la ruina; y los honores y las riquezas adquiridas a costa de una mala causa, le parecían despreciables. En aquella época la educación tenía algo de maravilloso. Después de los Minamoto, el ideal se elevó, creyéndose que el perfecto samuray necesitaba, como complemento, una educación refinada. En la época de los Hojo y de los Ashikaga, se vieron florecer muchas escuelas de tiro de arco y de equitación, y la más célebre entre ellas fue la de Ogasawara. De ese tiempo data también el adagio: Hana wa sakura, hito wa bushi; — la flor — por excelencia — es el cerezo, el hombre — perfecto e ideal — es el caballero. Las acciones humanas tienen una resonancia eterna, pues están sometidas a la ley de la retribución y sus consecuencias, buenas o malas, son fatales. La guerra civil llamada de Ojin — 1467 – 1468 — es un excelente ejemplo. Por olvidar la verdadera vía y caminar por perdido senderos, el país fue víctima de disenciones intestinas. La terquedad y el orgullo de dos familias rivales — Hosokawa y Yamana — trastornaron esta gran familia que se llama la Patria. Es adagio vulgar: este mundo flotante es juguete de todas las vicisitudes. Otro proverbio debo citar y es: Siguiendo la vía del verdadero caballero, el imperio estará en paz; apartándose de ella, la ruina es inminente. Un tercer proverbio dice: En la guerra aparecen los héroes y la piedad filial se manifiesta mejor cuando la casa empobrece. No negaré que gracias a la guerra civil el samuray adquiere mayor experiencia y su posición social también se eleva. La vía es inmortal. Por eso no existe enemigo capaz de vencerlo y nadie puede sustraerse a su regla. Vienen, en fin, los héroes como Hideyoshi y, gracias a su bravura, las nubes reconcentradas en el horizonte se disipan la serenidad aparece de nuevo en el cielo del imperio y más tarde unas ligeras ráfagas desvanecen las últimas nubecillas, permitiendo al sol y a la luna brillar con todo su esplendor. Entonces aparece lo que el pueblo llamó Toshoga, el príncipe que ilumina el Este, el santo, el sabio Tokugawa leyasu, el kotoke viviente. leyasu — 1542 – 1616 — fue, en efecto, un hombre excepcional. Como político, como educador y como creyente, no tuvo tacha, pues siguió siempre por regla de conducta la gran vía del mundo y si llegó al shogunato, no hay que buscar la razón de ello más que en la forma perfecta con que practicó el bushido. — Señor de la provincia de Mikawa en un principio, sus rentas eran escasas, más la pobreza no asusta nunca al caballero. leyasu no por ser pobre tomó los caminos tortuosos del engaño, y el temor no ejerció influencia ninguna en su espíritu. Por lo demás todos los caballeros japoneses adquirieron sus honores por haber seguido la gran vía, e leyasu es un ejemplo patente de ello. Éste ponía todo su empeño en enseñar a sus samurayes las tres religiones combinadas: sintoísta, confucionista y budista. Los exhortaba sin cesar a las prácticas de las virtudes: lealtad, respeto filial, justicia, valor y honor, poniendo siempre de acuerdo su conducta con sus preceptos y siendo el primero en dar el ejemplo de las virtudes que aconsejaba. Elevado al shogunato se inspiró siempre en los mismos principios; y a las virtudes de diligencia y economía unía una gran educación literaria y moral; en una palabra, leyasu, tomó de la ciencia y de las letras, el espíritu caballeresco. Por esto leyasu está considerado como el verdadero y perfecto japonés, que supo reunir en su persona el conjunto de las más acabadas y más bellas virtudes. Estas virtudes, las transmitió a sus descendientes, pudiendo decirse que desde leyasu hasta su último sucesor Keiké, la historia del bushido es una serie de maravillas. Llegamos por fin a la importante época de la Restauración imperial — 1861. — Se equivocarían gravemente los que creyeran que ésta se operó súbitamente y que causas lejanas no la habían preparado. Para resumir en una sola palabra la causa principal de esa grande obra, es suficiente decir que se la debe al bushido; sin embargo, esta aserción es demasiado sumaria para explicar bien mi pensamiento. Así, pues, voy a entrar en algunos detalles. Como el poder se hallaba enteramente entre las manos de la clase militar y los samurayes gozaban de la confianza del pueblo, los imbéciles, no viendo más que ese poder, se olvidaban hasta de la existencia de la autoridad imperial. Debo decir, que, en efecto, el poder imperial aparecía muy disminuido en aquella época; sin embargo, no había descendido tan bajo como en los tiempos de Hojo ó de Ashikaga, tiempos en que ya Hideyoski pensaba en una restauración. Pero cuando los Tokugawa subieron al Shogunato, el sentimiento de respeto hacia la familia imperial tomó nueva fuerza. Mitsukuni, nieto de leyasu, — 1622-1700 — hizo escribir la historia del Japón, Dai-Nihon-Shi, en la que se manifiesta su veneración por el emperador. En ella se ensalzan las hazañas de Kusunoki Masashige — siglo xiv — y Mitzu — Kuni le hizo elevar un monumento — 1692 — en los bordes del Minato-gawa, para recordar al mundo uno de los más grandes ejemplos de fidelidad al emperador. Kaibara Ekiken al descubrir esa tumba perdida entre rocas, no pudo contener las lágrimas recordando tantas virtudes allí conmemoradas. Los sabios y los guerreros de aquella época, pensaban en la Restauración imperial, y los mismos daimios a cuya cabeza hallábase Satsuma y Schimayu, empezaban a agitarse. El imperio daba inequívocas señales de desconcierto, cuando de pronto se supo que buques extranjeros entraban en nuestros puertos. Todos os hombres de corazón alarmáronse. ¿Cómo permanecer mudos y de brazos cruzados ante esos acontecimientos? ¿Nuestras islas iban a sufrirla vergüenza de una invasión enemiga? ¿Este pueblo, cuya historia no tiene ejemplo en el mundo y que se levanta orgulloso entre los mares de Oriente, iba a ser víctima del extranjero?. ¡No! Estaban allí sus caballeros. ¡Oh maravillosa ley del bushido! ¿Qué hicieron esos esforzados varones ante el peligro extremo? Su misión era de tal suerte ardua, que la forma en que la cumplieron hacía dudar a las gentes vulgares si aquellos hombres eran unos locos o unos bravos.»
Pongo punto a este interesante fragmento de las conferencias históricas de Yamaoka, porque aún me queda por traducir una de las páginas más interesantes de su trabajo: la que se refiere al Japón actual, o mejor dicho, al Japón de hace veinte años que comenzaba a adoptar, en asuntos militares más que en todo, métodos europeos.
He aquí esa página:
«Más tarde el bushido japonés se encontró en contacto con los países europeos que más han progresado en las ciencias, y por este contacto, se le supone algo debilitado desde el punto de vista caballeresco. ¿Se deberá esto a que la multitud de negocios y ocupaciones son cada día más absorbentes? Es indudable que esa razón existe; mas yo creo que la causa es otra. Ved, por ejemplo, al león, al rey de los animales: ninguno otro puede resistirle, y sin embargo a esta fiera puede matarla, como vulgarmente se dice, un gusanillo que viva en su cuerpo. Esto mismo puede decirse de nuestro Japón. Apenas se ha puesto en relación con los pueblos extranjeros para adquirir su ciencia, cuando lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto es importado entre nosotros sin descanso y sin discernimiento, lo que es lo mismo que si hubiéramos introducido en nuestros cuerpos un gusano venenoso. Nosotros no sabemos elegir lo que más nos conviene. Tomemos lo que mejor pueda alimentarnos, lo que podamos digerir. Pero si encontramos algo a que nuestra constitución nacional no pueda adaptarse, apresurémonos a rechazarlo aun antes de que aparezca en nuestros mares. Nuestros antepasados nos han dado en esto los primeros ejemplos. Ved lo que ocurrió en los momentos de la introducción del confucionismo en el Japón: entonces escogimos de su doctrina aquello que convenía a nuestro carácter nacional, los principios que podían servir para alimentar el espíritu de la raza japonesa y los adaptamos y los hicimos nuestros para nuestro mayor provecho. Hoy tenemos necesidad de esa misma perspicacia; no es suficiente decir: velaremos, tendremos cuidado. Es necesario velar efectivamente y el que no llegase a ese grado de vigilancia no habría extinguido en si la última chispa de un odioso egoísmo. Cuando oigo decir a los adoradores del extranjero: — haigwai no teai — es necesario reformar la religión y la moral japonesas, debemos imitar a los europeos, las costumbres japonesas son contrarias al buen sentido, no hay mayores salvajes que los japoneses, todo lo nuestro choca a su moral, no puedo menos de pensar que esas ideas son insensatas, y sólo útiles para perturbar a la nación. En efecto, ya sea en religión ya en educación, existen puntos que pueden convenir a unos individuos y ser contrarios a otros. Los sentimientos y las costumbres, no son iguales en todas partes. Querer adoptar sin discernimiento usos que no se acomodan de ningún modo, ¿no es lo mismo que tratar de injertar el bambú en un árbol? El incauto que olvida la patria de sus padres, o que desprecia a las divinidades de sus cielos, puede asimilarse al que traiciona a su patria. El europeo aplica todo su corazón a las cosas terrestres, llega hasta festejar el aniversario de su nacimiento, mientras que lo que el japonés estima, no cambia en este mundo ni en el otro. De aquí que nuestros hijos siendo el sostén de nuestra vejez en este mundo, nos harán los funerales el día que muramos, y no olvidaran jamás sus deberes de piedad filial; por esto el deseo más ardiente de un japonés es ver su posteridad perpetuarse sin fin. Por el contrario, ved a los extranjeros: cuando una desgracia llega a cebarse en una familia, los padres olvidan a sus hijos, los hijos no piensan en sus padres, ni en sus hermanos; para ellos es a la esposa a la que hay que salvar ante todo. En igual caso, el japonés, olvida su vida y salva ante todo la vida de sus padres. ¿Quién no apreciara con esto cuanto difiere el ideal moral de unos y otros? Pero veo que mi discurso es ya demasiado complicado. En resumen, lo que he querido decir es que el bushido tiene su fundamento en la ley del reconocimiento hacia los cuatro grandes beneficios. Con la más firme sinceridad es necesario manifestar prácticamente nuestro reconocimiento leal, y en nombre de esa lealtad, sacrificarse en toda ocasión; de modo que nuestro país pueda resistir a cuantos enemigos se le presenten. He ahí el bushido; he ahí la gran vía moral de la raza japonesa.»
Así terminan las conferencias sobre el bushido que los japoneses consideran como su biblia sentimental. El autor, Yamaoka, murió en 1888, cuando aún su patria no había llamado la atención del mundo con sus grandes guerras. Si hubiera vivido veinte años más, habría visto que el decaimiento del espíritu bushí que se notó al principio de la era moderna, no fue sino un miraje lastimoso. Poniéndose trajes europeos, los capitanes nuevos parecieron menos grandes que aquellos otros cuyas corazas de laca y de oro brillan en las leyendas. Pero el cambio era superficial. En el fondo, los actuales samurayes han sabido hacerse dignos de figurar al lado de los Yorimoto y de los Hideyoshi.